En un mundo donde la gastronomía es un arte, uno esperaría que cada bocado nos transporte a un éxtasis de sabores. Al ver este sushi de Culiacán, la presentación promete una experiencia que deslumbra a los ojos, una promesa que desafortunadamente no se cumple al paladar. El sabor, esquivo y tímido, lucha por encontrar su voz en medio de ingredientes que parecen haber olvidado su esencia. El topping, aunque al principio cautivador, pierde su encanto al enfriarse, revelando la mundanidad del queso amarillo derretido. La carne, cuyo exceso de sal podría haberse perdonado si hubiese aportado una profundidad de sabor, se queda corta ante las expectativas. En resumen, es un sushi que, aunque disfrutable, no logra elevarse por encima de sus contrapartes en Culiacán. Como crítico, anhelo ese momento en el que un platillo me sorprende y me reta; este sushi, lamentablemente, no fue ese momento.