En 1711 se estrenó en la Ciudad de México la ópera La Parténope con música de Manuel de Sumaya,240 maestro de la capilla catedralicia junto con Francisco López Capillas y Juan Gutiérrez de Padilla, uno de los más grandes compositores barrocos mexicanos, la especial importancia de esta ópera es que es la primera compuesta en América del Norte, esta ópera da inicio a la fecunda y aún poco estudiada historia de la creación operística mexicana no interrumpida desde entonces durante trescientos años.
La ópera Guatemotzín, de Aniceto Ortega, es el primer intento consciente por incorporar elementos nativos a las características formales de la ópera. Dentro de la producción operística mexicana del siglo XIX sobresalen la ópera Agorante, rey de la Nubia de Miguel Meneses, estrenada durante las festividades conmemorativas por el cumpleaños del emperador Maximiliano I de México, las óperas Pirro de Aragón de Leonardo Canales, Keofar de Felipe Villanueva y ante todo la producción
La difusión de la ópera mexicana es casi nula por varias razones de ellas sobresalen dos, durante el periodo inmediato a la Revolución Mexicana, los gobiernos en su mayoría de muy bajo nivel educativo y aún analfabetas mandaron destruir los teatros de ópera existentes en la Ciudad de México. El segundo factor para la poca difusión de la cultura mexicana operística es que las autoridades correspondientes no programan las obras. Aún después del término de la Dictadura Perfecta y la restauración de la Democracia en México en el año 2000, las autoridades culturales no se han preocupado por enmendar esta política de desconocimiento de la cultura mexicana operística. Finalmente, la falta de un teatro de ópera exclusivo para la difusión de la cultura operística mexicana, finalmente debe añadirse que el 98 % de la música compuesta en México jamás ha sido publicada, de esto se deduce que una de las mayores necesidades es un programa especial de rescate, edición y publicación de la música de los compositores mexicanos.
Mujer haciendo baile típico del estado de Veracruz, México..
La música mexicana es el resultado de diversas influencias. Se sabe muy poco de la música prehispánica, aunque son abundantes los grupos que reivindican esa tradición a lo largo de todo el país. La danza del Venado, de los indios yaquis de Sonora y mayos de Sonora y Sinaloa, es uno de los pocos testimonios de la música prehispánica que han persistido hasta nuestros días, tanto en su instrumentación como en la lírica; aunque también existen registros de sones del costumbre de otras etnias como los tének de San Luis Potosí y su danza del tigrillo o los huaves de Oaxaca y sus sones de la tortuga, etc. En los pueblos precolombinos, el único instrumento de cuerda usado era el arco percutor y la música era más rítmica y creadora de atmósferas que melódica. También el eeneg (monocordio), de la familia de los cordófonos, es utilizado por los komkaak. Entre los instrumentos que se utilizaban está el teponaztli y el huehuetl, siendo el primero un instrumento idiófono y el segundo un instrumento membranófono; las ocarinas y flautas de barro o carrizo, raspadores de hueso o de madera, y cascabeles. Tras la llegada de los españoles, los indígenas aprendieron de los misioneros la música europea. Muchas de las danzas de Conquista que se practican en las comunidades