
Ayer decidí darle una oportunidad a este famosa lugar de venta de burritos, a regañadientes, porque sabía que la experiencia sería… memorable en el peor sentido. Precio: 100 pesos por un taco de frijoles con un hilo de carne salada y una “generosa” manchita de guacamole. Sí, leyeron bien: 100 pesos. Pero bueno, me obligué a ir pensando que, comparado con la comida de Guanajuato, esto podría parecer “aceptable”.
La joya de la jornada: al llegar, el vendedor anuncia que se acabó el guacamole. Curioso, ¿no? Justo el ingrediente más caro es el primero en desaparecer, mientras que las tortillas (esenciales para que el burrito siquiera exista) mágicamente no se acaban.
Y para poner las cosas en perspectiva: en Silao, por 35 pesitos, encuentras una quesadilla más grande, más rica y sin tener que pedir permiso para usar el guacamole.
Así que aquí estoy, destinando valiosos minutos de mi vida a escribir esta reseña, como recordatorio personal de no volver jamás a este lugar, sucio, abarrotado y lleno de gente que claramente desconoce lo que es una verdadera comida callejera.